Si Federico Grillo no hubiera estado allí

2 de febrero de 2025
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Federico Grillo se ha ganado el respeto de los canarios a pulso: primero durante los devastadores incendios de 2019 en Gran Canaria y, cuatro años después, en Tenerife, donde su profundo conocimiento sobre el comportamiento del fuego en los montes insulares resultó clave. Tenemos la impresión de que es una persona que ocupa su cargo como director técnico de Emergencias del Cabildo Gran Canaria de forma merecida. Lo que no sabemos es qué hubiera ocurrido en el caso de que su puesto se hubiera dado a alguien no por lo que sabe o haya demostrado saber hacer, sino por su activismo o sus preferencias sexuales. ¿Habríamos lamentado consecuencias más graves de haber sido así?

Los recientes incendios de Los Ángeles han puesto bajo los reflectores a su jefa de bomberos, cuyo rasgo más celebrado parece ser su condición de mujer y activista LGTB. Su designación fue saludada teniendo en cuenta estos parámetros, insistiendo no en sus capacidades profesionales sino en que era la primera mujer en obtener ese cargo. Hoy, le llueven las críticas por una deficiente gestión de los incendios. Quizá no sea la que más culpa tiene.

En julio de 1994, Kara Hultgreen se convirtió en la primera aviadora naval de EE. UU., pero falleció tres meses después en un accidente al comando de un F-14 Tomcat. La Armada declaró un fallo técnico, pero en documentos internos se revelaron errores de pilotaje de Hultgreen y que había superado los límites de fallos permitidos en su etapa de entrenamiento. El caso desnudó la presión política para incorporar mujeres en posiciones de combate durante la administración de Bill Clinton, que sacrificaba estándares de seguridad por ideología. Su muerte es testimonio del riesgo de las políticas que priorizan características como sexo o raza sobre el mérito profesional.

En septiembre del año pasado, se estrenó la película Am I Racist?, donde el podcaster Matt Walsh encarna a un inocente experto en DEI (diversidad, equidad e inclusión) que se embarca en un tour donde reflexiona sobre el racismo en la sociedad americana, a través de entrevistas a personas comunes y corrientes en la calle, pero también a activistas contra el racismo. Además de desvelar cuánto han cobrado por dejarse entrevistar, hace un retrato vitriólico de cada uno de ellos, sometidos a una reducción al absurdo para la que no están preparados. Da la impresión de que solo saben remar con la corriente a favor.

En España, la presentación de los últimos gabinetes ministeriales ha derivado en un ejercicio de aritmética de género. Con cuatro vicepresidentas, el gobierno formado a mediados de 2023 fue exhibido como un trofeo feminista, donde la principal virtud parecía ser la proporción cromosómica de sus integrantes. La obsesión por la paridad hizo que en agosto del año pasado entrase en vigor una ley que obliga a las grandes empresas a reservar un mínimo del 40% de sus sillones en los consejos de administración para mujeres —curiosamente, la norma no contempla este mismo requisito si los infrarrepresentados fueran los hombres—. 

En la carrera por cumplir cuotas y pintar el mundo de paridad, nos hemos olvidado de hacer algunas preguntas: ¿Queremos que quien pilote nuestro F-18 sepa volar o que use falda? ¿Preferimos que quien apague nuestros incendios conozca el comportamiento del fuego o que desfile con orgullo por las calles? Mientras celebramos cada “primera mujer en...” como si fuera la llegada del hombre a la Luna, las consecuencias de esta obsesión por los números perfectos y las fotos simétricas se acumulan como cadáveres en el armario de la corrección política. ¿Qué podría salir mal cuando la única cualificación necesaria es pertenecer al grupo correcto? Quizá cuando el avión se estrelle, el edificio se derrumbe o el fuego devore nuestras casas, nos daremos cuenta de que la naturaleza, la física y la realidad no entienden de cuotas. 

Vivimos en una era de la ilusión, donde el mérito es un concepto arcaico y la capacidad una reliquia del pasado. Quizá llegue algún día en que volvamos a aplaudir a los mejores, independientemente de su genitalidad, color de piel o activismo en redes sociales. Pero eso, lamentablemente, será después de que el último incendio termine de consumir la poca sensatez que nos queda.

 

Bernardo Sagastume