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El carnaval feminista

1 de noviembre de 2024
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Es cierto que los carnavales institucionalizados, que no nos queda más remedio que padecer, son cada vez más largos. Y que el próximo año en Las Palmas durarán 40 interminables días. Pero que a un ayuntamiento gobernado por el PSOE se le haya escapado que uno de sus principales actos, la Cabalgata, coincidiera con una manifestación feminista no deja de ser divertido. Después de unos días de dudas y nervios, finalmente, se decidió adelantar la Cabalgata a un viernes, el 7 de marzo, para no contraprogramar a la manifestación feminista del día 8. El 8M. Este incidente, aunque anecdótico, es representativo de cómo el feminismo ha ido ganando terreno en el espacio público, imponiendo su agenda en todos los ámbitos, desde lo político hasta lo social y cultural.

Sin embargo, el predominio de la corriente radicalizada del feminismo nos debe llevar a la reflexión acerca de si realmente se está luchando por la igualdad o más bien por una suerte de revancha que alimenta la polarización social. Esta vertiente radical se ha alejado de los principios originales del feminismo y se ha convertido en un movimiento que, en lugar de buscar la igualdad de oportunidades o la igualdad ante la ley, promueve un relato de victimización constante cuando no de superioridad femenina. Han preferido el particularismo al igualitarismo.

Pero aunque a veces parezca que las feministas son todas charos de izquierda, también las hay liberales y María Blanco es un buen ejemplo de esto. A su juicio, esta corriente dominante se olvida de que el empoderamiento real femenino pasa por su libertad de elección y no por imponer una visión única de lo que significa ser mujer.

En su libro Afrodita desenmascarada, Blanco desmitifica muchos de los dogmas del feminismo radical, subrayando que este movimiento ha pasado de buscar la igualdad a instaurar una especie de puritanismo moderno que coarta tanto a hombres como a mujeres. Por contra, entiende que su verdadera liberación no se debería cifrar en ninguna imposición acerca de cómo deben comportarse las mujeres ni en ceñirlas a un rol de víctimas eternas. Si creemos que las mujeres deben ser dueñas de sus decisiones, el camino no debería ser imponer políticas que las infantilicen o las enfrenten constantemente a los hombres.

Esta otra visión sobre el asunto nos lleva a figuras como la sexóloga Bettina Arndt en Australia o la filóloga Janice Fiamengo en Canadá, quienes denuncian que las políticas actuales han generado un clima en el que los hombres son demonizados y las mujeres incentivadas a sentirse superiores (muy recomendable resulta la serie de vídeos The Fiamengo File en YouTube).

En Argentina, incluso, la vicepresidenta Victoria Villarruel ha destacado que las falsas acusaciones de violencia de género han destruido muchas familias y cuestiona que la justicia siga siendo sesgada por ideologías radicales. Es lo que en España llaman, dentro de ese mismo ámbito de la justicia, formación en perspectiva de género, que no es otra cosa que dejar de lado la igualdad ante la ley de hombres y mujeres.

La reciente disolución del Ministerio de la Mujer, también en Argentina, podría ser un ejemplo de cómo se comienza a cuestionar la eficacia y las verdaderas intenciones de estas políticas. Quizá sea un error circunscribirlo a la particularidad de un gobierno como el de Milei porque, aunque nos resulte inimaginable que algo así pudiera suceder en un país como España, hoy en día el humor social cambia más rápido de lo que lo hacía antaño.

El feminismo, en su origen, era una lucha por la igualdad de derechos, pero el radicalismo actual ha desvirtuado ese propósito y lo aleja de la defensa de los derechos individuales y del respeto mutuo, sin caer en la cuenta de que cada vez son más las mujeres que rechazan visiones divisivas que, lejos de empoderar a las mujeres, las encasillan en el papel de víctimas perpetuas. Imponer una visión excluyente, una retórica de odio, hará que más y más mujeres no se sientan representadas por las corrientes feministas actuales y hechos en apariencia triviales, como el caso de la Cabalgata de Carnaval en Las Palmas, pueden estar generando una reacción que por ahora permanece larvada.

Bernardo Sagastume