Resulta cuanto menos curioso que tras el regreso de Trump a la Casa Blanca los socialistas de todos los partidos que nos gobiernan se han descubierto como acérrimos defensores del libre comercio. La amenaza estadounidense de imponer importantes tarifas arancelarias ha sido suficiente para transformar a quienes hasta ayer mismo despotricaban contra el capitalismo y la voracidad empresarial. Bienvenidos sean a la gran familia liberal si es que esta caída del caballo es sincera y no un posicionamiento por conveniencia.
Sin embargo, todo apunta a que nos encontramos ante un nuevo ejemplo de cómo actúa una clase política que vive de los presupuestos públicos para tratar de sacar algún rédito electoral. Oponerse a Trump, como encarnación del mal sobre la tierra, es la moda y, en el fondo de sus mentes socialistas, saben que elevar los aranceles conlleva condenar a la pobreza a miles de personas que verán como miles de productos se encarecen e, incluso, su forma de ganarse la vida deja de ser viable. No hay defensa sincera por convicción de las ventajas que tiene el libre comercio, no tanto entre países que pueden ser un mal necesario, sino entre quienes los forman: los individuos y sus mejores creaciones jurídicas, las empresas.
Qué barato sale criticar el mal ajeno mientras se padece uno similar o peor. La Unión Europea es un gran espacio de libre comercio… de puertas hacia adentro pero muy celoso con el exterior. Es precisamente este proteccionismo el que no le gusta a Trump y lo que usará para negociar sobre estos aranceles. Mientras tanto, en Bruselas, consideran que algunas plataformas de comercio chinas venden demasiado barato y, oh sorpresa, analizan como colocar aranceles a estos paquetes que llegan desde el lejano oriente con prendas y tecnología a precio de derribo. ¿Para qué competir si puedes ponerles un impuesto? Todavía peor es lo que ocurre en Canarias con el AIEM, las siglas del Arbitrio sobre las Importaciones y Entrega de Mercancías en Canarias, que puede llegar a cargar hasta con el 25% el valor de las importaciones de productos que entran en las islas. Todos los discursos contra la política comercial de Trump serían más creíbles si se hubieran hecho antes los deberes en casa terminado con nuestros propios aranceles.
El proteccionismo es negativo en sí mismo, no es bueno cuando lo hacemos nosotros y malo cuando lo hacen otros. El punto de vista no debería afectar a la defensa del libre comercio que, necesariamente, se produce en ambos sentidos entre los que exportan y los que importan. Todo nos lleva a pensar que no les preocupan tanto los aranceles como el propio Trump. Y en cambio, a Trump no parecen importarle tanto los aranceles sino lo que puede conseguir utilizándolos como palanca geoestratégica. Es el enrevesado galimatías de la política en el que se sacrifican nuestras libertades para lograr otro tipo de objetivos. No es que ahora todos se hayan convertido en convencidos liberales sino que lo son por conveniencia temporalmente, pero solo en parte y en según qué circunstancias. Para todo lo demás continuarán siendo igual de intervencionistas. Lamentablemente no tenemos nada que celebrar a menos que esto sirva para que en la sociedad cale un poco más que los principios del libre comercio son los más provechosos. Pero esto ya lo sabe la gente de a pie, que prefiere relacionarse a través del mutuo acuerdo antes que por el camino de la imposición. Al fin y al cabo a todos nos gusta la libertad, al menos para nosotros mismos pero los que hay continúan prefiriendo que otros no lo sean.