Los desvaríos (o no) de Trump

11 de febrero de 2025
Trump ajedrez
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Cuando Trump todavía no había sido nombrado presidente ya había revolucionado el mundo con unas simples declaraciones en las que se interesaba por recuperar el canal de Panamá y Groenlandia para Estados Unidos. Una intención, un farol negociador o una amenaza, quien sabe. Cuando le preguntaron aumentó la apuesta avisando de que no renunciaría al uso de la fuerza militar si era necesario. Lo que aparentemente es un desvarío esconde las claves de por dónde va ir el mundo los próximos años. Agárrense porque vienen curvas.

 

No es que China controle el canal de Panamá pero sí ha ido moviendo fichas para influir decisivamente en los principales puertos y pasos mundiales. Esta conexión fluvial artificial entre el Pacífico y el Atlántico no es una excepción pero sí una de las más importantes para los EEUU y, aunque su gestión es privada, a través de empresas con capital chino que dependen, en última instancia, de su gobierno, posiciona sus peones en puntos clave para aumentar su influencia y favorecer sus intereses. Un poder blando que el todopoderoso Partido Comunista Chino ha ido extendiendo en todo el mundo a través, paradójicamente, de empresas. Subvertir el libre comercio aprovechándose de sus debilidades, es la confirmación práctica de la Paradoja de la Tolerancia enunciada por el filósofo Karl Popper en su obra de 1954 “La sociedad abierta y sus enemigos”.  Aunque desde entonces estábamos avisados muchas de las debilidades de nuestras democracias tienen su origen en esta terrible paradoja.

 

La isla danesa de Groenlandia puede parecer un trozo de tierra pobre, poco habitado e inhóspito cubierto de hielo pero en sus entrañas esconde hidrocarburos y tierras raras, fundamentales materias primas para la economía del presente… y del futuro. Pero es también un punto estratégico dentro de los planes chinos para asegurar su “Ruta Polar de la Seda”. China ya cuenta con rompehielos propulsados con energía nuclear y en 2018 propuso construir varios aeropuertos en la isla a través de empresas participadas, como no, por el Estado. Bajo esta perspectiva las palabras de Trump -en su estilo a veces ofensivo y demasiado directo- se alejan del desvarío para cobrar un sentido estratégico de cara a la guerra comercial que se viene y marcará las próximas décadas. Y este es sólo el comienzo.

 

Los tiempos del idealismo parecen haber llegado a su fin tras fracasar en su aspiración de atraer hacia los usos y costumbres democráticos a quienes nunca tuvieron la intención de cambiar su hoja de ruta. China y Rusia parecen tener muy claros sus objetivos, entre los que no se encuentra el de mantener abiertas nuestras sociedades sino continuar acumulando poder e influencia para sus propios intereses. El fin de la historia fue en realidad un paréntesis de hegemonía liberal en las reglas internacionales del comercio en las que los países no democráticos aprovecharon para armarse mientras Occidente se confiaba y caía en el buenísimo. Un juego en el que hemos sido más o menos felices y hemos podido prosperar, tal vez, con una falsa idea de seguridad. Pero a medida que el realismo se abre camino como los rompehielos de bandera china, la incertidumbre también se abre paso y augura un 2025 repleto de cambios que pondrá las bases de la política y la economía mundial para las próximas décadas. Tal vez no estemos preparados ni lleguemos a tiempo para adaptarnos a estos cambios aunque quienes más rápido logren hacerlo mejor posicionados estarán para el futuro. No es tanto lo que nos gustaría que fuera sino lo que será. Solo el tiempo juzgará si Trump es un visionario o un pirómano.