Es curioso que la invención del término “crony capitalism”, en castellano traducido como capitalismo de amiguetes, no se atribuya a nadie en concreto pero haya conseguido popularizarse tanto que sea indispensable para entender el funcionamiento de muchas economías. Tal vez porque es una práctica tan antigua como el efecto que produce la intervención pública en una economía de libre mercado y no se han necesitado sesudos estudios para comprobar sus efectos. Esta expresión parece haber llegado a su máximo esplendor en la España actual donde las empresas no mueven un euro sin la aprobación del Estado e, incluso, tienen a las administraciones públicas como principales clientes. El resultado es un entramado de intereses que pervierte el funcionamiento de la economía. Se mantiene la apariencia de sistema capitalista pero en la práctica no es otra cosa que un socialismo “amable” con urnas y sin campos de reeducación -de momento- pero con toda su planificación económica.
Son precisamente estos amiguetes los que traen de cabeza al gobierno presidido por Pedro Sánchez y lo están arrastrando a un carrusel de investigaciones policiales y judiciales. Aunque la presunción de inocencia no permita todavía acusar en firme de corrupción al Gobierno sí podemos ver los engranajes y miserias del capitalismo de amiguetes. Desde los intermediarios que tienen línea directa con ministros y sus asesores hasta el sistema educativo, orientado a la formación de “captadores de fondos públicos” en lugar de buscar ampliar las fronteras del conocimiento. Todo aderezado con altas dosis de nepotismo con la mujer y el hermano del presidente del Gobierno transitando la cuerda floja entre lo que se considera legal e ilegal. Más allá de cómo avancen las investigaciones judiciales lo que ha quedado al descubierto son las prácticas que, muchas veces dentro de la legalidad, interfieren en el mercado libre a través de la política para lubricar concesiones de fondos públicos o lucrativos contratos que permiten funcionar como concesionarias. El crecimiento desmesurado, en poder y competencias, del Estado ha normalizado esta relación entre sector público y privado de modo que antaño podrían haberse considerado como sobornos. Una sofisticación del robo al contribuyente a través de métodos legales que también perjudica a toda la economía orientando su objetivo a satisfacer las necesidades de los burócratas en lugar de las del mercado.
Tampoco es fácil establecer la diferencia entre corruptos y corruptores, pues ambos se necesitan y retroalimentan. Normalmente este baile de intereses y favores ocurre en las bambalinas del poder, en despachos oficiales a los que ni periodistas ni ciudadanos tienen acceso. Vemos, eso sí, el resultado, una norma que se aprueba, dotación de fondos o rescates en las que las intenciones declaradas pueden ser bienintencionadas para esconder intereses espurios. Ahora podemos – es más, debemos- preguntarnos si los cierres y exigencias impuestas durante la pandemia no fueron realmente motivados para engrasar y engrosar el enriquecimiento de comisionistas y favores a los poderosos. Tal vez ello explicaría que las medidas restrictivas se prolongaran más tiempo del necesario porque su incentivo no fue mejorar la salud pública durante una alerta sanitaria sino sacar el máximo jugo posible al negocio de las mascarillas. Tal vez nunca lleguemos a conocer la verdad pero la sombra de la duda recaerá siempre sobre quienes gestionaron la pandemia y, presuntamente, se beneficiaron directa o indirectamente.
Son amistades peligrosas cuyo resultado no puede ser otro que esta corrupción de baja intensidad que conforma el capitalismo de amiguetes pero cuyas consecuencias en la economía son demoledoras. No puede haber una economía libre cuando los favores gubernamentales se generalizan hasta el punto de que es más importante cultivar la amistad con los políticos y sus asesores que preocuparse por satisfacer las necesidades de los clientes. Estamos acostumbrados a que los servicios públicos no funcionen pero los riesgos del “crony capitalism” es que las empresas también se vuelvan ineficaces de cara al mercado. Y entonces, ¿qué nos quedará?