Europa: un ciempiés burocrático

29 de diciembre de 2024
CiempiesUE
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Europa, la cuna de la ilustración y de la modernidad, parece no encontrar su lugar en el siglo XXI. A pesar de que la riqueza y el progreso generado en las décadas anteriores permiten a los europeos mantener un nivel de vida elevado lo cierto es que los síntomas de que existe un agotamiento económico y social son cada vez más visibles. El PIB comunitario crece por debajo de la inflación mientras todas las innovaciones llegan del exterior, ya sea los Estados Unidos o las cada vez más destacadas potencias asiáticas. En algunos países, como es el caso de España, ya se está perdiendo renta per capita. Desde su fundación, la Unión Europea ha funcionado como un buen espacio comercial transnacional pero también se ha convertido en una losa burocrática que limita su crecimiento. Una posible explicación a este fenómeno es lo que el economista, y ex eurodiputado Luis Garicano ha denominado Compliance Doom Loop, y que podría traducirse como “el bucle fatal del cumplimiento”, un sistema donde el exceso de normativas asfixia la innovación, drena recursos y convierte a las empresas en prisioneras de un cumplimiento normativo desproporcionado. Entre tanto, los defensores de estas políticas proclaman tener las mejores intenciones como la sostenibilidad o la equidad pero sus resultados reales son una economía menos competitiva, con talento desperdiciado y una ciudadanía atrapada en el laberinto de la burocracia.

 

En este sentido, Garicano, que se ha dedicado a analizar políticas públicas y ha conocido de primera mano el funcionamiento de la burocracia europea, plantea en un interesante artículo por qué las normas no dejan de crecer apoyándose en gran medida en las cifras del famoso informe Draghi que pedía un cambio de rumbo a la Unión Europea. En primer lugar apunta a la creación de una  nueva clase dirigente que no legisla ni presta servicios. Lo que hacen es marcar casillas y poner sellos de aprobación. En este proceso se pierde tiempo y recursos, no solo de forma directa sino que las empresas cada vez tienen que crear departamentos enteros dirigidos a manejar y cumplir con la burocracia. Un buen ejemplo podrían ser las exigencias del CSRD (Corporate Sustainability Reporting Directive), una directiva comunitaria que obliga a las empresas europeas a informar sobre cuestiones ambientales o de gobernanza con más de mil indicadores distintos. Rellenar estos cuestionarios puede implicar entre 150 mil euros y un millón de euros dependiendo de la compañía. Esta norma, al igual que muchas otras, exige tiempo, talento y dinero. Tres recursos que escasean y que deberían estar en la innovación y la producción, no en la burocracia.

 

Este bucle del cumplimiento en el que estamos atrapados va, por tanto, más allá de lo económico y tiene implicaciones morales y sociales. Cada vez más jóvenes europeos optan por carreras de compliance y sostenibilidad, movidos por la creciente demanda de especialistas en normativas. Mientras tanto, sectores que podrían liderar la innovación, como la inteligencia artificial o las biotecnologías, se ven limitados por una regulación que sofoca el emprendimiento.

España es un ejemplo alarmante de esta tendencia. Así, mientras que todavía no existe ninguna empresa española puntera en Inteligencia Artificial, los políticos se han apresurado a crear una Agencia Española de Supervisión de Inteligencia Artificial (AESIA), creada para regular un sector tan incipiente que se podría decir que todavía ni existe por lo que tendremos burócratas de la IA antes que ingenios de la IA. Este fenómeno no es nuevo y economistas como Kevin Murphy y Andrei Shleifer ya exploraron cómo el talento puede desviarse hacia actividades de “búsqueda de rentas” (rent-seeking) cuando los incentivos productivos disminuyen. El ex eurodiputado también resalta que en el caso español las ciudades compiten por convertirse en este tipo de agencias en lugar de competir por atraer el talento o la sede de grandes empresas como ocurre, por ejemplo en Estados Unidos.

Con un poco de burocracia… basta

La burocracia, como sistema, se impuso para eliminar la arbitrariedad de las administraciones públicas en su toma de decisiones. Estos procedimientos tasados e iguales para todos democratizaban el aparato estatal y por eso el sociólogo Max Webber defendió en el siglo XIX la burocracia como forma de organización eficiente. Sin embargo, no tuvo en cuenta que la burocracia genera sus propios intereses y puede llegar a expandirse de forma casi ilimitada como está ocurriendo ahora en Europa. Tampoco debería sorprendernos pues economistas como Ludwig Von Mises analizaron las consecuencias que la burocracia generaba en la economía. Mises no solo fue un defensor de una economía de mercado sino que dedicó en 1944 una población a analizar la “Burocracia”. Un libro indispensable no solo para entender cómo funcionan lo que denominó como Burocracias monopolísticas -por ejemplo muchos servicios postales públicos- sino las todavía más preocupantes burocracias reguladoras que ni siquiera ofrecen servicios pero sí tienen la capacidad de imponer restricciones, multas o cualquier otra limitación al libre mercado. Para Mises este tipo de burocracia podía llegar a ser más lesiva pues terminaba por contaminar a las empresas que dejaban de orientarse al lucro, su función económica, para dedicarse al cumplimiento de las regulaciones, que es, precisamente, lo que denuncia Garicano en su artículo. En palabras de Mises: “La burocracia destruye el incentivo del empresario, reemplazándolo con un sistema en el que la conformidad se premia más que la innovación”.

Lo burocracia se ha salido tanto de madre que ya hay autores desde postulados completamente opuestos que resaltan su lado oscuro. Es el caso de David Graeber, un antropólogo anarquista que estuvo ligado a movimientos radicales de izquierda como las protestas contra el Fondo Monetario Internacional o Wall Street durante la crisis financiera, llegó a escribir un libro titulado “La utopía de las normas” (2015) en el que criticaba cómo la burocracia lo había invadido todo hasta el punto de dificultar la vida de las personas y la solución a sus problemas. Si bien era muy crítico con el capitalismo asegurando que las empresas también habían caído en esta maraña burocrática olvidándose de las personas, lo cierto es que reconocía un problema que en los últimos años no ha dejado de empeorar. Tal vez de haber leído a Mises habría podido admitir el origen que no es otro que el poder creciente de los estados que invade cada vez más esferas de la vida privada a la que antes no tenía acceso y, con él, de sus procedimientos burocráticos que también imponen las empresas no tanto por gusto sino por exigencias de las normativas.

En este sentido mientras que las grandes corporaciones tienen los recursos para cumplir con regulaciones complejas, las pymes se enfrentan a un coste desproporcionado que muchas veces las obliga a cerrar o a limitar sus operaciones. Este efecto es exactamente lo contrario de lo que necesita cualquier economía para competir en un mundo globalizado pero el que se ha convertido en la verdadera industria innovadora de la Unión Europea. De nuevo podemos recoger las palabras de Mises con las que ya aseguraba que “una economía prospera cuando el talento y los recursos se dirigen hacia la creación de valor, no hacia la conformidad con las regulaciones”. En contraste, Europa parece decidida a construir un sistema de “cumplimiento por cumplimiento”, en el que la regulación se justifica a sí misma. Graeber describe este fenómeno como una “trampa burocrática” donde las reglas se multiplican, no para resolver problemas reales, sino para perpetuar un aparato que ya no responde a las necesidades de la sociedad.

¿Se puede salir del bucle burocrático?

Para escapar de este bucle fatal del cumplimiento, Europa necesita un cambio radical en su enfoque regulatorio. Tal como sugiere Garicano, implementar medidas como cláusulas de caducidad para las normativas o un sistema de “una norma entra, una norma sale” podría ser un primer paso. Una medida que puso en práctica Trump durante su primer mandato y que no tuvo la misma atención en los medios que otras, pese a que la Unión Europea padezca mayor sobreregulación que los EEUU y, por tanto, sea más necesaria. Además, para lograrlo es fundamental reducir la complejidad normativa y priorizar la libertad económica sobre el control burocrático.

Sin embargo tampoco podemos obviar que la perspectiva de Garicano peca de cierta ingenuidad. Al señalar a una nueva clase de gobernantes como los responsables de esta maraña burocrática no tiene en cuenta que, en realidad, son la consecuencia misma de la política y sus reglas. La burocracia estatal tiende a crear este Leviatán. La democracia ilimitada supera los límites que se autoimpusieron estos sistemas a través de sus constituciones, ya sea a través de reformas transparentes que persiguen este objetivo pero también a través de mutaciones constitucionales que se los saltan. Precisamente en España hemos visto en estos últimos años como, sin vulnerar formalmente los límites de la Carta Magna, se ha retorcido el sentido y la intención de sus artículos para poner las instituciones al servicio del partido que gobierna. No es un problema nuevo ni que pueda solucionarse con reformas cosméticas que no ataquen la verdadera raíz del problema.

 

Para iniciar su artículo, Garicano rescata una cita del historiador Anthony Beevor en la que recuerda que en España, a finales del siglo XVIII, la mitad de su población censada no se dedicaba a actividades productivas entre la nobleza, el ejército y los miembros de la iglesia. Un problema heredado del Antiguo Régimen que se parece mucho al que sufre hoy la población europea entregada a una élite que ha creado una cantidad ingente de nuevas regulaciones bienintencionadas pero que, para cumplirse, necesitan una burocracia elefantiásica que tiene que soportar la sociedad productiva que cada vez tiene que destinar más recursos al cumplimiento de estas regulaciones. La historia no se repite pero a veces se parece mucho, si entonces los regeneracionistas dieron en llamar “ciempiés” a todos aquellos que eran vistos como ineficientes, porque a pesar de tener muchas partes no son capaces de funcionar eficientemente, hoy Bruselas parece infestada de estos ciempiés burocráticos que se enredan sobre la economía hasta asfixiarla sin lograr llevarnos a ninguna parte. 

 

Pero no deberíamos resignarnos, porque el Bucle Fatal del Cumpliento no es inevitable. Europa aún tiene la oportunidad de revertir esta tendencia y fomentar una economía más competitiva y dinámica. Para ello, es necesario adoptar políticas que limiten el crecimiento descontrolado de la burocracia y reduzcan los costos del cumplimiento normativo. Como sugiere Garicano, implementar cláusulas de caducidad para las normativas y políticas de “una entrada, una salida” podría ser un primer paso para frenar esta expansión desmedida. Además, economistas como Mises y Hayek han defendido la necesidad de confiar en los mecanismos del mercado en lugar de en sistemas de control estatal. Según el profesor Jesús Huerta de Soto, la solución no pasa por crear más normas, sino por liberar a las empresas de las trabas que limitan su capacidad para competir y generar valor.

Este Bucle Fatal del Cumpliento que ahora denuncia Garicano es un recordatorio de los peligros de un intervencionismo sin límites. Europa se enfrenta al desafío de romper este ciclo antes de que sea demasiado tarde, como ya apuntaba el informe que elaboró Mario Draghi para la Comisión Europea, devolviendo a sus ciudadanos la libertad económica necesaria para innovar y prosperar. Tal como advierte Huerta de Soto, una economía no puede prosperar si su base productiva está atrapada en un laberinto de burocracia y regulaciones. Es hora de replantear las prioridades, reduciendo el peso de la regulación y devolviendo el protagonismo al talento, la creatividad y el emprendimiento. La Unión Europea no se puede permitir el lujo no ya de recorrer un camino peligroso sino de uno que lleva a un destino equivocado, y la rectificación tiene que llegar antes de que sea demasiado tarde.