Pagar impuestos no es del agrado de nadie, a no ser que tenga una faceta masoquista, pero es necesario desde la perspectiva del Estado para financiar los servicios públicos. Sin embargo, el sistema fiscal no es neutro pues genera consecuencias tanto en la recaudación disponible para el erario público como para los individuos que lo sostienen y toda la economía. Encontrar el equilibrio entre presión fiscal y recaudación es un debate inconcluso en el que participan economistas teóricos y políticos que, además, lo llevan a la práctica. Una de las teorías que analiza esta problemática es la conocida como Curva de Laffer, en la que recientemente se ha basado el Instituto Juan de Mariana para sugerir que los españoles sufren impuestos demasiado elevados que están resultando contraproducentes, limitando la actividad económica e incluso reduciendo los ingresos públicos, en lugar de aumentarlos.
Según la Agencia Tributaria el impuesto más importante en España es el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF). Un impuesto directo que grava las rentas de los trabajadores que recauda, por sí solo, más del 44% de los ingresos tributarios totales. Teniendo este aspecto en cuenta no es extraño que el Think Tank español Instituto Juan de Mariana (IJM) se haya decantado por analizar el IRPF en relación a la Curva de Laffer para realizar “un análisis de elasticidad y eficiencia recaudatoria en la fiscalidad del trabajo y el ahorro”.
Entendiendo la Curva de Laffer
La Curva de Laffer es una teoría que explora la relación entre los tipos impositivos -es decir, el porcentaje de impuestos que pagamos sobre nuestros ingresos- y la recaudación que efectivamente recibe el Estado. La teoría toma el nombre del apellido de un economista norteamericano llamado Arthur Laffer, quien en los años 70 observó que existía un límite de “saturación fiscal”, más allá del cual los impuestos elevados comienzan a desincentivar la actividad económica, y la recaudación se estanca o incluso disminuye. Este punto de equilibrio, el “pico de la curva”, sería el tipo impositivo óptimo: si te excedes, cada nuevo impuesto recaudará menos; si te quedas corto, pierdes la oportunidad de financiar adecuadamente los servicios públicos.
La idea de Laffer puede parecer intuitiva y lo es hasta el punto que se popularizó cuando unos asesores del presidente Nixon explicaron esta teoría dibujando un gráfico a mano alzada sobre una servilleta. Para entenderla no se necesita mucho más. Si los impuestos son muy bajos, la recaudación es baja porque simplemente no estamos pagando lo suficiente. Pero si subimos los impuestos demasiado, el desincentivo para trabajar, ahorrar e invertir crece y la economía se ralentiza. La gente empieza a buscar formas de eludir el pago de impuestos, optando por la economía sumergida o trasladándose a países con menor carga fiscal. En resumen, cuando el Estado pasa de cierto punto, el remedio se convierte en veneno. El principal problema reside en trasladar esta idea sencilla e intuitiva a la práctica, mucho más compleja.
¿En qué punto estamos?
Aquí es donde entra el Instituto Juan de Mariana que recientemente presentó un exhaustivo estudio sobre el IRPF español, analizando su relación con la Curva de Laffer. Y la conclusión es clara: en España, hemos superado el punto de equilibrio de esta curva. El IRPF, que grava los ingresos de las personas, ha pasado de ser una herramienta recaudatoria a convertirse en un freno para la actividad económica. ¿Cómo se llegó a esta conclusión?
Para llevarlo a cabo el estudio examinó el periodo de 1995 a 2022 y encontró que el tipo medio del IRPF se ha situado durante la mayor parte de estos años (en el 90% del tiempo, para ser exactos) por encima del punto de equilibrio óptimo o “lafferiano”. Según el análisis del IJM, ese tipo medio debería rondar el 10,77% para que el IRPF funcione sin dañar la actividad económica. Sin embargo, en 2022 se situó en el 13,94%, un 29% por encima del ideal.
¿Es una gran diferencia? Puede parecer que 3 puntos no son demasiado, pero en la práctica, estamos hablando de un freno considerable en la actividad económica. Y esto va más allá del impacto directo en los contribuyentes: afecta a toda la economía, desde el trabajador autónomo que debe pagar una cuota más elevada, hasta las empresas que ven menos incentivos para invertir en el país. Todo esto reduce la base imponible y, paradójicamente, acaba mermando la recaudación.
Si analizamos los efectos de esta curva en España, vemos cómo la alta carga fiscal ha desincentivado el crecimiento de la economía. En el caso del IRPF, el análisis indica que la presión fiscal ha sido especialmente alta para las rentas del trabajo, con un tipo medio de equilibrio que debería situarse en torno al 13,72%. Sin embargo, la tasa efectiva real es del 16,53%, más de 2 puntos por encima. Este tipo de presión no solo reduce los ingresos fiscales en el largo plazo, sino que tiene otros efectos perversos.
Uno de los efectos más visibles es la fuga de talento y capital. En los últimos años, hemos visto cómo miles de jóvenes y profesionales han optado por trabajar en países con fiscalidad más amable. Esto no es un dato menor: la emigración de talento significa una pérdida de productividad y, con ella, una merma de la base imponible a futuro. En otras palabras, estamos perdiendo a la generación que debería sostener el sistema en los próximos años. Los políticos no parecen estar a la altura de las circunstancias poniendo trabajas y obstáculos a las nuevas generaciones que se incorporan al mercado laboral por lo que muchos optan por votar con los pies, que es el voto más concienciado.
Más allá de Arthur Laffer
El debate sobre la Curva de Laffer ha sido recurrente en la economía. John Maynard Keynes, el economista al que recurren quienes defienden el intervencionismo estatal como argumento de autoridad, ya advirtió sobre los efectos negativos de una carga fiscal excesiva. En su obra Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, Keynes defendía el gasto público en tiempos de crisis, pero siempre bajo la premisa de que el aumento de los impuestos debía ser moderado y temporal.
Desde el liberalismo, el Nobel de Economía Friedrich Hayek, argumentaba que los impuestos altos reducían la libertad y la capacidad de las personas para tomar decisiones económicas. Para Hayek, los tipos impositivos elevados acaban generando una economía dependiente del Estado, donde los incentivos para el trabajo y la inversión se diluyen.
Así, tanto si nos guiamos por una perspectiva más intervencionista como por otra más liberal, la Curva de Laffer se convierte en una guía práctica para la sostenibilidad fiscal. No obstante no podemos olvidar que también existen análisis críticos. Por un lado aquellos que ven a los contribuyentes como ganado al que ordeñar, que desprecian las aportaciones de Laffer ridiculizando su modelo matemático al poder reducirse a un dibujo que se hace en una servilleta. Sin embargo es mucho más que eso, como demuestran tanto los Papers del propio Laffer como los cálculos elaborados por el Instituto Juan de Mariana. Por otro lado, para aquellos que defienden el libre mercado sin intervención pública tampoco se puede obviar que se trata de una teoría que legitima el sistema coactivo basado en los impuestos buscando su máxima eficiencia para aumentar la recaudación y, en la misma medida, poder aumentar el gasto público. En este caso, buscar la eficiencia del sistema puede ser una trampa estatista cuya consecuencia sea cebar todavía más el Leviatán estatal.
La evidencia empírica
Irlanda es un caso interesante cuando se habla de la Curva de Laffer. Durante la crisis de los 80, el país experimentó un estancamiento económico prolongado, con una presión fiscal que, lejos de ayudar, asfixiaba la economía. En los años 90, Irlanda decidió reducir drásticamente sus impuestos sobre la renta y las empresas, y en menos de una década pasó a ser una de las economías más dinámicas de Europa. ¿El secreto? Aplicar impuestos en la medida justa para mantener la recaudación sin ahogar la actividad económica. En España, lamentablemente, la poca altura de miras de nuestros políticos califica la receta irlandesa que les ha hecho progresar y enriquecerse como “dumping fiscal”.
Mientras atravesábamos crisis similares a las sufridas por los irlandeses los diferentes gobiernos españoles han emprendido reformas fiscales tímidas y, a menudo, en la dirección equivocada. En un contexto similar la gestión política ha sido diferente y, los resultados, también. En lugar de revisar a fondo el sistema fiscal para hacerlo más eficiente, se han implementado parches que no resuelven los problemas estructurales que arrastramos. Según los datos del Banco Mundial, España ocupa una posición destacada entre los países con mayor presión fiscal de la OCDE, y es uno de los pocos donde los impuestos sobre la renta han seguido aumentando en lugar de adaptarse a las condiciones económicas. Lo peor es que teniendo en cuenta las reformas fiscales que se han llevado a cabo nuestros políticos están convencidos de que hay que perseverar en este camino erróneo.
¿Y si bajamos los impuestos?
Parece una paradoja, pero la evidencia indica que una bajada de impuestos podría generar un aumento de la recaudación fiscal. El estudio del Instituto Juan de Mariana ahonda en esta cuestión y propone una reducción del IRPF para acercarlo al umbral de equilibrio, lo que permitiría ampliar la base imponible. No se trata de una mera especulación: en el caso de los tramos del IRPF, el estudio sugiere que una escala más moderada, que varíe entre el 14,5% y el 36% en lugar del actual 19%-47%, generaría 1.000 millones de euros más en recaudación.
¿Por qué? La respuesta está en los incentivos. Cuando los impuestos son más bajos, las personas tienen más dinero para gastar, ahorrar e invertir. Este efecto, conocido como “efecto multiplicador”, ayuda a que la economía crezca y con ella, la base imponible. En otras palabras, una bajada de impuestos no es solo un alivio para el contribuyente, sino un estímulo para la economía. Lo más chocante en este caso es que los políticos partidarios de un mayor gasto público no estén interesados en maximizar las posibilidades del sistema tributario para dejarse llevar por los prejuicios ideológicos y el populismo fiscal.
Hacia un sistema fiscal sostenible
La Curva de Laffer no solo nos ayuda a entender el impacto de los impuestos en los ingresos, sino también en la eficiencia fiscal. En el caso español, la relación entre el tipo impositivo y la recaudación muestra que hemos sobrepasado el punto de equilibrio en varios tipos de impuestos, especialmente en el IRPF y el IVA. A medida que el Estado aumenta la presión fiscal, la recaudación se vuelve menos eficiente y, en lugar de generar más ingresos, se produce una reducción en la actividad económica. Esto es algo que el economista Gary Becker también abordó en sus estudios, al afirmar que los impuestos altos reducían la eficiencia del mercado al limitar la libertad de los consumidores y empresarios para tomar decisiones.
La pregunta que debemos hacernos es si el sistema fiscal español es sostenible. Con una deuda pública que supera el 100% del PIB, una tasa de paro estructuralmente elevada y un sistema de pensiones que afronta un serio riesgo de insolvencia, la respuesta no parece ser positiva. Mantener un sistema fiscal que ahoga a los trabajadores y empresarios no es una solución viable.
La Curva de Laffer puede ser un herramienta útil para poner orden en un sistema basado actualmente en el expolio fiscal. Si ajustamos la carga fiscal al punto óptimo, no solo podremos mejorar la recaudación, sino también fomentar la actividad económica, algo de lo que todos nos beneficiamos. Un sistema fiscal que incentive el trabajo, el ahorro y la inversión es un sistema que fortalece la economía y, en consecuencia, mejora la calidad de vida de los ciudadanos. Aunque no podemos olvidar que es una condición necesaria pero no suficiente si no se acompaña de una racionalización del gasto y una desburocratización de la economía. Tampoco debemos caer en la trampa estatista.
En un mundo globalizado, donde el capital y el talento pueden moverse libremente, mantener altos impuestos sin un análisis de eficiencia es una política suicida. A veces nos sorprendemos por la baja productividad de la economía española o por la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores. La explicación, no siempre comprendida ni evidente, tiene mucho que ver con la concepción estática de la economía que tienen nuestras élites políticas, como si la riqueza fuera algo que se creara de la nada y se pudiera recaudar sin consecuencias. En la mente de muchos burócratas el ideal sería un tipo fiscal del 100% pensando que así podrían redistribuir el total de la riqueza. España no solo necesita recaudar más, necesita hacerlo de forma inteligente. La Curva de Laffer nos muestra el camino para conseguirlo aunque, de momento, nos encontremos en el lado equivocado de la curva.