La caída de nuestra amiga alemana

23 de febrero de 2025
merkel
Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on linkedin
LinkedIn

Cuando Pedro Sánchez despidió a Màxim Huerta como ministro de Cultura, allá por junio de 2018, solo habían pasado seis días desde la formación de gobierno. Lo citó en su despacho, donde lo esperó con teatralidad: de espaldas a la puerta y mirando por una ventana. Huerta iba con la idea de una conversación sobre los motivos de su salida, pero solo le hizo una pregunta: “¿Cómo crees que seré recordado en el futuro?”. La pregunta.
Según dicen los que frecuentan los círculos más altos de poder, se la hacen todos los que llegan a presidir un gobierno. Les preocupa mucho cómo será su página en el libro de historia y se hacen la pregunta. Pregunta que Angela Merkel responde de manera deficiente en su libro de memorias, Libertad, que ha sido calificado como “profundamente irreflexivo” tras su reciente publicación. No hay allí el menor análisis de cómo actuó en el tiempo que le tocó vivir como canciller de Alemania. Llamativo que no haya aprovechado la oportunidad, al menos, para disfrazar de disculpas la autojustificación, dado que el libro aparece en un momento en que su imagen está más deteriorada que nunca antes.
En el ámbito económico, Merkel heredó las reformas de Gerhard Schröder que flexibilizaron el mercado laboral, pero su gestión se caracterizó por un doble rasero, ya que muchas de las medidas que trataba de imponer en los países del sur no se las aplicaba fronteras adentro. Durante un tiempo se mostró como una obsesa del equilibrio presupuestario, aunque no tardó en abandonar el supuesto dogma contable durante la pandemia, con el lanzamiento del fondo de recuperación de nada menos que 750.000 millones de euros en deuda, una inyección discrecional que alargó la fase de crisis sin ser un remedio temporal y dando paso a una espiral inflacionaria inédita para el euro.
El legado energético de Merkel es quizás su mayor error. Tras Fukushima, cedió a la demagogia y a los verdes, con la orden de cerrar las centrales nucleares alemanas sin un plan alternativo serio, lo que aumentó la dependencia del gas ruso y dañó en el largo plazo a la industria. El resultado fue un desastre en cadena: precios energéticos disparados tras la invasión de Ucrania, desindustrialización acelerada y una transición verde caótica.
En política exterior, cultivó relaciones con Putin y el Partido Comunista Chino, ignorando advertencias sobre vulnerabilidades estratégicas. Mientras empresas alemanas invertían en Xinjiang —la región de los uigures—, Berlín evitaba criticar a Pekín por asuntos de derechos humanos. Su manejo de la crisis migratoria de 2015, aunque inicialmente parecía de una gran humanidad, careció de una estrategia de integración económica real. El incentivo inmigratorio a los sirios que huían de la guerra, que se produjo sin ajustes a la baja en el estado del bienestar, ha generado tensiones sociales de las que no se sabe cómo harán para salir. Hoy crecen las posiciones extremistas a izquierda y derecha, ambas alimentadas por estas políticas de Merkel.
Como sabemos, la excanciller pasó algunas vacaciones en La Gomera, donde disfrutaba de las bondades de un territorio cuya economía depende del turismo (y de las ayudas comunitarias, para qué engañarnos). Mientras, su gobierno quería imponer reglas fiscales a países mediterráneos y bloqueaba fondos de cohesión. Disfrute en lo privado y azote en lo público. Un exponente típico de las élites que pretenden diseñar economías desde sus despachos.
Tal vez el legado de Merkel no sea el que imaginó mientras ejercía el poder. Su pragmatismo, elevado a virtud suprema, terminó por disolver cualquier principio rector, dejando una política errática en lo económico, complaciente en lo geopolítico e ingenua en lo social. La canciller que quiso ser la gran administradora de Europa legó, en cambio, una Alemania más frágil, una UE más dividida y un continente más dependiente de potencias que no comparten sus valores. Su silencio en el libro sobre el colapso energético o el auge de los extremismos no es solo llamativo: es la prueba de que incluso los líderes más racionales pueden terminar atrapados en sus propios errores.

Bernardo Sagastume