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China fascina

20 de septiembre de 2024
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Como el país enorme y potente que es, no es de extrañar que florezcan en el mundo occidental los admiradores de China. Del mismo modo que ocurrió con la atracción por la URSS y por el socialismo (el Nobel Paul Samuelson, cuyo manual se sigue estudiando en las facultades de Económicas de buena parte del mundo, fue uno de estos defensores), una tragedia que, en el siglo XX, resultó en la muerte de más de 100 millones de personas en todo el planeta. Aunque esta fascinación socialista persiste en algunos círculos, lleva tiempo siendo reemplazada por una nueva admiración hacia China. En este grupo aparecen ex altos cargos de gobiernos no precisamente de izquierda, algunos economistas presuntamente liberales y, por supuesto, los amantes de los estados, los nacionalistas que solo quieren interpretar el mundo a través del prisma geopolítico y los simplismos muchas veces asociados a ese prisma. Para ellos, todo es más o menos como en el Risk, las cosas se dirimen en los despachos de los que gobiernan y los países son vistos como entidades monolíticas con una voluntad única y un destino inevitable. Es, de alguna manera, una posición muy cómoda, que evita asumir responsabilidades: somos lo que otros han hecho de nosotros.
Por eso, cada vez que alguien osa advertir acerca de los posibles problemas que enfrenta la economía china, estos defensores saltan a afirmar que Occidente está en decadencia y nos resistimos a aceptarlo. Sin embargo, el impresionante crecimiento económico de China y su ambicioso plan de expansión global enfrentan retos que podrían limitar su capacidad de convertirse en la primera potencia mundial. Entre estos desafíos se encuentran los efectos del intervencionismo estatal y las políticas industriales dirigistas que, aunque inicialmente impulsaron el desarrollo, ahora podrían ser una carga para el país. La planificación central no funciona, y la falta de libertad y el control gubernamental estricto sobre la sociedad y la economía afectarán, en forma creciente, la capacidad de China para innovar y adaptarse en un entorno global en constante cambio.
Aunque en los últimos años ha superado a EE. UU. en solicitudes de patentes internacionales, no es lo mismo cantidad que calidad, y el país americano sigue siendo el más innovador, con un impacto concreto de estas aplicaciones: la creatividad y la innovación florecen mejor en un ambiente de libertad. El caso de la desaparición del médico y la periodista (encarcelada) que dieron la voz de alerta durante los primeros días de la pandemia de covid debería ser un recordatorio alarmante del control que el estado chino ejerce sobre su población. En un entorno donde el miedo y la censura predominan, la innovación se ve sofocada. Los seres humanos, sin libertad, no pueden innovar de la misma manera que lo harían en un entorno libre y abierto, por más que los apologetas de Pekín prefieran insistir en una tendencia a la obediencia del pueblo chino, al que no le molestaría el sistema opresivo del Partido Comunista, simplemente, porque aspiran a menos que nosotros. Una visión paternalista infumable, por otra parte.
Por otro lado, los rendimientos marginales decrecientes del capital en China pueden llevar a una desaceleración económica, como ocurre en cualquier economía madura. Aunque su PIB pueda crecer un 5% este año, más del doble de la media global, este resultado debe entenderse en el contexto de las políticas previas de estímulo que han creado distorsiones, especialmente en el sector inmobiliario. A pesar de que China ha logrado ajustar este sector sin entrar en recesión, el país no se encuentra en una posición maravillosa: la inversión extranjera está cayendo, y la planificación industrial no está logrando los resultados esperados.
El yuan, por otra parte, enfrenta serios obstáculos para convertirse en una moneda mundial debido a los controles de capital y la manipulación del tipo de cambio por el Banco Popular de China. Estos factores hacen que el yuan sea poco atractivo para inversores y empresas globales, porque la falta de libertad en el movimiento de capitales y la intervención gubernamental generan inseguridad jurídica y financiera. Por lo tanto, el tiempo será el juez y quizá sea demasiado pronto para declarar la decadencia de EE. UU. Pero, sobre todo, sigue siendo demasiado pronto para proclamar un triunfo de China, mal que les pese a algunos.