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Quintacolumnistas

30 de junio de 2024
prensa
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Nos ha tocado vivir tiempos, cuando menos, curiosos. Es difícil evaluar en muchos aspectos si vivimos mejor o peor que nuestros padres. El desarrollo tecnológico es incuestionable aunque la sensación de empobrecimiento generalizado y falta de oportunidades es creciente en muchos sectores de la población. Además, estas percepciones van por barrios: a tu vecino de la izquierda le puede ir muy bien mientras que el de la derecha se está hundiendo en la miseria. En todo caso el fin de la historia no termina de llegar y crece la sensación de que el progreso que habíamos dado por asegurado vuelve a estar amenazado. Las democracias liberales no solo se enfrentan a peligros externos sino que sus principales enemigos están en su interior. Una sombra que ha ido creciendo de forma paulatina pero incesante, invisible a nuestros ojos hasta que ya es demasiado tarde, augura ahora un futuro muy oscuro. Aprovechando cada una de las debilidades para hacerse más fuerte los enemigos de la libertad han degradado las instituciones, limando o superando muchos de los controles internos mientras extendían el poder de los gobiernos en muchas facetas de la vida en la que solo los Estados totalitarios se entrometieron y planificaron. Ahora, mientras que confiamos en que el Estado controle cada uno de los aspectos de la vida de los ciudadanos a cambio de proveerles seguridad y prometer prosperidad, es cuando más fácil lo tienen quienes buscan empobrecerlos y dejar desamparados, cuando no utilizarlos como carne de cañón. Tan solo tienen que llegar al poder, democráticamente, y ejercerlo en toda su extensión.

Es el resultado de reducir la democracia a la regla de la mayoría a través de la cual se puede reprimir a las minorías o superar los límites que protegen los derechos individuales más elementales como el de la propiedad. La democracia, sin embargo, es un sistema más complejo que requiere una cultura democrática y una forma de entender la sociedad más allá de la dicotomía amigo-enemigo. Lamentablemente la política reduce la complejidad de las sociedades a una elección puntual entre unos u otros, una especie de oligopolio en la que existe falta de competencia y de opciones que puedan satisfacer a todos los ciudadanos. Así avanza un sistema que se hace valer de la legitimidad de las urnas para imponer todo su poder. Es la subversión del sistema desde el propio sistema, una forma de degeneración inevitable como ya advirtió el economista húngaro Anthony de Jasay en su obra magna escrita en 1985 “El Estado. La lógica del poder político”. El Estado crece tanto que teje una red de intereses propios cuya máxima expresión son los funcionarios que viven directamente de él pero también todos los que dependen de la redistribución de rentas que lleva a cabo para mantener su estilo de vida. La seguridad reducida a una dependencia vital que puede llegar a ser asfixiante porque fuera de lo público no hay alternativas. Es el monopolio perfecto que nadie parece temer ni querer combatir. Y, en el caso del periodismo, propagandistas que replican los argumentarios oficiales en lugar de buscar la verdad, fiscalizar la acción de gobierno y cuestionar cada una de las decisiones de los poderosos. Por algo se conoce a la prensa como el cuarto poder, que si bien tiene sus propios intereses funciona como un contrapeso eficiente contra los gobernantes como demuestran los casos de corrupción destapados por la prensa y que han puesto en jaque a más de un político. No es extraño que el actual gobierno de España se haya lanzado en una campaña en contra de la prensa libre que han apoyado sin fisuras sus tertulianos y opinadores de referencia. Quintacolumnistas que le hacen el trabajo sucio al enemigo interior, mientras distraen la atención de los ciudadanos con peligros apocalípticos que nunca llegan como el cambio climático antropogénico o un populismo que siempre es de los políticos adversarios pero nunca de aquellos a quienes defienden. Esta combinación es lo único que explica que hayamos llegado hasta este punto y en los próximos años tan solo cabrá descubrir si la corrupción del Estado será completa y sin vuelta atrás o si, por el contrario, la libertad podrá abrirse camino de nuevo y hacer retroceder a sus enemigos.